domingo, 16 de enero de 2011

El miedo al cambio

Todo el mundo está de acuerdo en que el cambio es una puerta que se abre desde dentro, es decir, que para poder cambiar es necesario desear ese cambio, es necesario querer cambiar. La cuestión es: ¿Y con eso basta?, ¿basta con querer?. Me temo que no. La voluntad de cambio es una condición necesaria pero no suficiente.
Cambiar para mejorar es crecer y crecer duele, los padres lo sabemos perfectamente porque contamos con esa perspectiva que nos faltaba cuando éramos demasiado jóvenes. Crecer duele, igual que un niño cuando tras sufrir fiebres y determinadas dolencias pega el estirón. En la vida no hay nada gratuito, toda transformación a mejor supone adquirir nuevas habilidades físicas e intelectuales a costa de esfuerzo y, también, de dejar lastre en el camino, un lastre que en multitud de ocasiones está plagado de nuestras creencias y lealtades anteriores. Debemos dejar atrás esas creencias que limitan nuestro crecimiento pero esto se lleva a cabo a costa de esfuerzo y sacrificio. Debemos superar las lealtades que nos vinculan a nuestros mayores en un rol "dependiente" para pasar a asumir mayores responsabilidad en libertad. De esta manera, el vínculo con los demás asume una nueva dimensión. No se trata de prescindir de ellos, en absoluto, sino de relacionarnos con ellos de una manera más madura. Pero el hecho de dejar atrás algo conlleva una especie de pérdida, un "luto" que hay que pasar, para encontrar ese "regalo escondido" que al final, como decía Kübler-Ross, dará sentido a todo el proceso.
Uno de los mayores obstáculos al crecimiento, la transformación y al cambio en general es el miedo. A las personas les produce verdadero escalofrío salir del entorno conocido y aventurarse por el mundo de las infinitas posibilidades de mejora que tienen a su alcance. Al fin y al cabo se trata de abandonar eso que llamamos "la zona de confort", porque se trata de nuestro mundo habitual. Lo paradójico es que nos aporta seguridad operar en unas circunstancias que pueden resultar perjudiciales para nosotros. Es decir, no importa que nuestra vida diaria esté llena de circunstancias que nos producen pesar o que nos resultan desagradables, al fin y al cabo es lo que conociemos y preferimos eso a lo desconocido. Se trata del refrán que ya cité en una entrada de este blog de "más vale malo conocido...". ¡Cuánto pesar, cuánta parálisis, encierra este refrán!
Queridos amigos, esto que digo lo he podido constatar en primera mano en multitud de ocasiones. Me vienen a la cabeza dos personas concretas, una de ellas alto cargo en una empresa estatal y la otra propietaria de una pequeña empresa tecnológica, que al escuchar lo que el coaching podía hacer por ellos prefirieron decir no al proceso antes de arriesgarse a salir de lo conocido. En ambos casos constaté el sufrimiento, la lucha interior que vivían esas personas en las que, al evaluar por un lado las expectativas reales de transformación y por otro el esfuerzo, el desgaste y las reununcias que esa transformación conllevaban, decidieron (y esa decisión, por supuesto, es absolutamente legítima) continuar, al menos temporalmente, seguir en una zona de confort que también les estaba proporcionando una buena dosis de sufrimiento.
Al final, la decisión siempre la tiene que asumir uno mismo, en primera persona. Nadie puede cambiar por nosotros y nadie puede obligarnos a cambiar, eso no serviría de nada.
Un abrazo

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