sábado, 22 de enero de 2011

El amo de mi destino

Comienzo hoy mi aportación semanal a la comunidad digital con una referencia al poema que se recitaba a sí mismo Nelson Mandela en los momentos más amargos de su cautiverio. Este poema y su influencia en Mandela quedan reflejados magistralmente en el libro de John Carlin "El factor humano", llevado a la pantalla no menos magistralmente por el gran Clint Eastwood en el filme "Invictus", toda una aportación a los engranajes del liderazgo. Pero no deseo centrarme hoy en esta aportación de "Invictus", que por sí sola ya merece otra entrada de este modesto blog. Hoy me viene a la cabeza dicho poema porque recordé sus últimos versos cuando visité una gran empresa tecnológica hace unos días.
Los dos últimos versos de Invictus son:
"...soy el amo de mi destino
Soy el capitán de mi alma"
En la visita citada tuve ocasión de charlar con bastantes profesionales del mundo de los servicios tecnológicos y en todos pude constatar un desánimo, un abatimiento, una emocionalidad negativa que impregnaba todos los comentarios. Los estados de ánimo oscilaban desde la apatía a la cólera conformando un espectro que sobrecogía el ánimo de los que visitábamos la empresa. Indudablemente este "negativismo" tiene consecuencias sobre la productividad de los profesionales, no hace falta acudir a estudios contrastados por ninguna universidad de renombre. Es una verdad de perogrullo: cuando lo que vende una empresa es un conjunto de servicios construidos sobre la dedicación de sus profesionales, es evidente que la calidad y la cantidad de esta dedicación dependerán de su motivación y cuando cunde el desánimo la productividad de la empresa está bajo mínimos. Es una pescadilla que se muerde la cola: la empresa no va bien (por muchos y diferentes factores), esto se transmite a los trabajadores y como resultado, baja la productividad y la empresa va cada vez peor, que es nuevamente "somatizado" por los trabajdores, que se sienten cada vez peor, y así sucesivamente.
Pero realmente, lo que más me llamó la atención era la diferencia de estado de ánimo entre mis interlocutores y las personas que los visitábamos. Al fin y al cabo, si se analizaba la situación objetivamente, independientemente de cómo fuera el estado de la empresa, ellos tenían un trabajo con una buena remuneración y nosotros éramos unas personas sin ingresos estables, sometidos a la incertidumbre de los emprendedores que ponen en marcha una nueva empresa.
Si se analizaba con suficiente perspectiva, nosotros tendríamos más motivos para sentirnos atenazados por el temor a no conseguir consolidar nuestra iniciativa. ¿Dónde estaba la diferencia?
Probablemente tenga que ver con algo que leí recientemente en el libro "Inocencia radical", de Elsa Punset, que ya comenté hace unos días en este espacio digital. Elsa comentaba que a mediados de los '90 se hizo un estudio entre la población de Israel que había sobrevivido al holocausto, unas 200.000 personas de 65 años de media, aproximadamente. De ellos, un 28% habían sido internados en campos de concentración, un 58% se habían escondido y un 10% había luchado en movimientos de resistencia, aunque eran casi niños en esa época. Tras la guerra todos estos niños sufrieron depresiones durante años excepto los que habían luchado en la resistencia. Una posible explicación a esta diferencia de comportamiento en cuanto a la depresión puede proceder del hecho de que los que luchan se sentían dueños de su destino en tanto que los otros habían estado a expensas de las durísimas circunstancias que tuvieron que soportar. Esta es una diferencia radical: sentirse dueño de uno mismo.
En la citada visita mi socio y yo salimos pensando que éramos afortunados porque independientemente de que las cosas nos fueran mejor o peor, nosotros estábamos luchando por crear el destino que queríamos para nosotros mismos, en tanto que los trabajadores de esa empresa tenían la sensación de que no había nada en sus manos que pudieran hacer por mejorar su situación, que su futuro dependía de las decisiones de personas que podían estar a miles de kilómetros de distancia.
Esto es simplemente una reflexión, no quisiera sentar cátedra sobre un tema en el que además no soy experto. Pero para mí está claro que cuando uno cree que el futuro está en su mano lucha por él con todas sus fuerzas, pero cuando cree que está en manos de otros se abandona.
Por eso recordaba la frase del poema que Mandela tenía siempre presente:
"...soy el amo de mi destino
Soy el capitán de mi alma"

Un abrazo

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