jueves, 16 de septiembre de 2010

Llevo encima las heridas...

El título de la entrada de hoy corresponde a una cita de Fernando Pessoa con la que me siento especialmente identificado. "Llevo encima las heridas de todas las batallas que he evitado". Es difícil sintetizar de una manera más simple, elegante y bella lo que conlleva la evitación de las circunstancias potencialmente adversas y el miedo a salir de lo conocido.
En gran parte de mi vida he actuado siguiendo una especie de instinto de conservación que va mucho más allá de lo razonable, la conservación de la vida propia y de los seres queridos, la conservación de la salud, etc. Si ascendemos por la pirámide de Maslow podemos encontrar en todos los niveles una fuerte presión que nos lleva a conservar lo que tenemos en ese momento y en ese nivel de la pirámide. Sin embargo, cuando el deseo de conservación es excesivo puede tener una contrapartida perjudicial, cayendo en la evitación de todos los riesgos, incluso de todo aquello que no sabemos siquiera si es un riesgo, evitar todo lo desconocido. Al final acabamos viviendo una vida muy limitada y carente de experiencias y retos que nos motiven. Dijo Jung en una ocasión que "la vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir".
Otra interpretación de la frase de Pessoa se refiere a las cosas que evitamos conscientemente por no enfrentarnos a situaciones desagradables. También en este caso me encuentro identificado con Pessoa. ¿Cuántas veces nos pensamos las cosas excesivamente antes de hacerlas y llegamos a la parálisis por análisis? Al final resulta más cómodo no hacer nada, pero luego eso se vuelve contra nosotros. Nuestra cabeza se llena de mensajes del tipo "si hubiera hecho eso o lo otro, si me hubiera atrevido a hacer tal cosa..." Las heridas de las batallas evitadas son especialmente amargas porque cuando una persona realiza una acción y no obtiene el resultado esperado, al menos habrá sacado una enseñanza, una experiencia, un aprendizaje. Pero ¿qué aprendemos cuando no hacemos algo? Nada. Sólo obtenemos frustración y una amarga sensación de haber perdido el tiempo, que es el único recurso que jamás deberíamos perder.

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