martes, 11 de mayo de 2010

Nuestras mejores semillas

Muchas veces me preguntan, incluso me pregunto yo a mí mismo, ¿para qué te metes en estos berenjenales del coaching? Con lo tranquilo que estabas en tu puesto de Director de Desarrollo de Negocio de Sanidad en tu empresa, con un volumen de negocio que, aunque no era excesivo, estaba infinitamente por encima de los volúmenes de contratación que consigo realizar en la actualidad. ¿Para qué te metes en esto, pues? ¿Por negocio? Claramente, rotundamente, NO.
Es por vocación, por realización personal, por la satisfacción que me entra al ver en los ojos del coachee la chispa de la iluminación cuando encuentra por sí mismo la solución a un problema que le tenía atenazado. Ese nivel de satisfacción no la he encontrado en ningún momento de mis 20 años de consultoría, independientemente del volumen, la complejidad o la criticidad del proyecto que estuviera desarrollando, independientemente del resultado del proyecto, de si ha sido un éxito rotundo o… (dejémoslo ahí).
Todo esto me ha venido a la cabeza releyendo un libro de Leonardo Wolk, uno de los grandes difusores del coaching en lengua castellana. Leonardo, a quien tuve el placer de conocer en el último congreso de ICF en Barcelona, escribió una joyita del coaching titulada “El arte de soplar las brasas”, de la cual he sacado multitud de enseñanzas. En su segunda obra, titulada “El arte de soplar las brasas en acción” (sí, lamentablemente la creatividad de Leonardo a la hora de explicar el coaching no estuvo presente poniéndole un título tan obvio a su segundo libro). De este libro extraigo, resumida, la siguiente historia (las negritas son mías):
“Un hombre tenía un sembrado con las flores más bellas y fragantes que nadie pudiera conocer. Año tras año ganaba el premio a las flores más grandes y de mejor claridad de toda la región. Un día le preguntó un periodista el secreto de su éxito:
-Mi éxito se lo debo a que de cada cultivo saco las mejores semillas y las comparto con mis vecinos, para que ellos también las siembren.
-¿Cómo? –Dijo el periodista- pero eso es una locura. ¿Acaso no teme que sus vecinos se hagan famosos como usted y le quiten su prestigio?
-Verá usted seños –dijo el floricultor-: el viento lleva el polen de las flores de un sembrado a otro. Si mis vecinos cultivan una semilla de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría constantemente la calidad de mis flores. Si deseo cultivar las mejores flores debo ayudar a mis vecinos a que también lo hagan.
Lo mismo ocurre con otras situaciones de nuestra vida. Quienes quieren lograr el éxito deben ayudar a que sus vecinos también tengan éxito. Quienes decidan vivir bien deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Quienes optan por ser felices deben ayudar a que otros encuentren la felicidad porque el bienestar de cada uno se halla unido al bienestar de todos los demás. Es necesario compartir nuestras mejores semillas de cualidades y virtudes para obtener una excelente cosecha que se verá reflejada en una mejor sociedad

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