Traigo esto a colación en este blog, no para hablar de
túneles, luces o encuentros con familiares fallecidos (por favor, que no se me
asuste nadie que esto no va de miedos, sustos ni remedos de Cuarto Milenio),
sino para poner el foco en otro de los arquetipos que se repiten en la inmensa
mayoría de los casos estudiados. Me refiero al examen que se realiza de la vida
del “cuasi fallecido”. Como digo, la mayor parte de las personas que se
encuentran en el umbral de la muerte y regresan refieren que “alguien” les
incita a que pasen revista a lo realizado en la vida y, ¡oh! Sorpresa, contra
todo pronóstico, el examen no gira en torno a las preguntas importantes que
muchos podrían imaginar: “¿qué nota media sacaste en la Selectividad?”, “¿Qué
carrera has hecho?”, “¿Hasta qué nivel ascendiste en tu empresa?”, “¿Cuánto
dinero has ganado en tu vida?”, etc.
No, más bien al contrario. Parece ser que las preguntas que
se le hacen al presunto fallecido giran en torno a cuestiones triviales, como
por ejemplo: “¿Qué has hecho con la vida que se te dio?”, “¿Has aprendido a
amar realmente en tu vida?”, “¿Cuánto bien has hecho o has dejado de hacer?”…
Es decir, lo importante es el bien que hayas hecho y el amor
y la solidaridad que hayas regalado a tus semejantes.
Caray, como esto sea cierto a más de uno nos va a dar un
patatús en ese examen. Tal vez nos demos cuenta de que podemos haber equivocado
la vida completamente. Una gran mayoría de las personas que nos hemos criado en
el llamado Mundo Occidental hemos sucumbido completamente a las tentaciones del
materialismo y nos hemos focalizado al trabajo, al desarrollo profesional, a la
ambición económica y a la compra de montones de artilugios aparentemente
imprescindibles para ser feliz (luego comprobamos sistemáticamente que toda esa
chatarra no aporta ninguna felicidad real, apenas sirve para llenar unos huecos
y dejar otros mayores en nuestro interior). Al mismo tiempo hemos despreciado
completamente otros aspectos de la vida, mucho más simples y a la vez más
estimulantes, como ver crecer a nuestros hijos o regalar pedacitos de nuestro
tiempo y dinero a personas necesitadas, sólo por el inmenso placer de ver la
gratitud dibujada en sus ojos. Ojo, no digo que trabajar y ascender en la vida
sea malo, por favor, no me malinterpretéis, lo que creo es que dedicarse
exclusivamente a eso, ignorando todo lo demás, es un craso error.
Con actitudes egoístas, de una ambición desmesurada, hemos construido
el mundo actual. Gandhi decía que “hay bastantes recursos en el mundo para dar
de comer a todos los habitantes pero no para satisfacer la avaricia de unos
pocos”. Por su parte, San Pablo escribió hace casi 2.000 años que llegaría un
momento en el que “los hombres serán egoístas, amigos del dinero, jactanciosos,
soberbios, difamadores, rebeldes con sus padres, desagradecidos, impíos, incapaces
de amar, implacables, calumniadores, desenfrenados, crueles, enemigos del bien,
traidores, aventureros, obcecados…”. Parece un fiel retrato de la sociedad
actual.
De hecho, la pérdida paulatina de valores se pone de
manifiesto con echar un simple vistazo a nuestro alrededor, o con ver algunos
de los programas de televisión de máxima audiencia. A título de ejemplo, un
estudio puso de manifiesto que el fracaso escolar en los distintos países de la
Unión Europea era directamente proporcional al número de ediciones de Gran Hermano
que se habían realizado en dichos países. Sobra decir que ganaba España por
goleada.
Creo que siempre estamos a tiempo de dar un golpe de timón a
nuestras vidas y a nuestra sociedad, recuperando para nosotros (e inculcando en
nuestros hijos) los valores que consideramos importantes.
Nunca es tarde para actuar, y me refiero a actuar de manera
positiva, no a patalear y quejarse sin hacer nada práctico. Creo que podemos y
debemos recuperar esos valores que según los estudios de ECM, al final es lo
que realmente importa.
Un fuerte abrazo
No hay comentarios:
Publicar un comentario